miércoles, 5 de octubre de 2011

La Primera en la Frente

  Hola de nuevo. Estamos reventados, agotados y tirados cual deshechos sólidos no reciclables en un vertedero del extrarradio.
  Ahora que tenemos un ratito os contaremos el bonito viaje que hemos tenido desde nuestra salida de Sevilla hace apenas día y medio.
  La llegada al aeropuerto de Sevilla se produjo sin mayores dificultades dos horas antes de la salida del vuelo hacia Lisboa. La verdad es que el transfer entre aviones era un poco justo ya que llegábamos a las once y cuarto a Lisboa y el avión hacia Nueva York salía apenas 45 minutos después de nuestro aterrizaje. A pesar de que en la TAP nos habían dicho que no solía haber problemas no las llevábamos todas con nosotros. El avión llegó a Lisboa puntual y tras la recogida del personal por la correspondiente jardinera nos dieron un hermoso paseo por toda la terminal hasta arrojarnos en una entrada que -asómbrense queridos amigos y vecinos- estaba en la otra punta de la puerta a la que teníamos que acceder en unos escasos diez minutos.
  A pesar de ir a un ritmo más que aceptable -no quiero ni imaginar que hubiera pasado si el transfer lo hubiera realizado alguna persona mayor o con dificultades de movilidad- cuando pasábamos por la puerta 17 (la del embarque a Nueva York era la 46 B) un fulano en perfecto portugués ya iba anunciando que los pasajeros para Nueva York debían embarcar urgentemente por la susodicha puerta (eso además de otros divertidos consejos sobre el cuidado de tu equipaje personal y la presencia de amigos de lo ajeno)
  Del trote cochinero pasamos al galope porcino mientras las puertas se iban sucediendo una tras otra con extraña y elástica lentitud (29, 30, 31...) El final del pasillo ya se divisaba y la última puerta que se vislumbraba era la 35. Efectivamente el final del pasillo no era tal ya que giraba hacia la derecha para seguir ofreciéndonos un nuevo rosario de puertas con sus correspondientes números ascendentes (36, 37, 38A, 38B...) Finalmente alcanzamos la maldita puerta 46B que, ésta sí, era la última de toda la terminal. Con la lengua fuera y el corazón a punto de estallar llegamos justo a tiempo para entrar en la jardinera que nos dio otro maravilloso tour por media Lisboa antes de dejarnos junto al avión que nos llevaría a los USA
  El vuelo en sí, aparte de ser un sopor de ocho horas infumable, no tuvo mucha historia. Fuimos los únicos del aparato que llamamos en repetidas ocasiones a las azafatas para que paliaran nuestro aburrimiento a base de cervezas y los únicos -creemos- que dimos buena cuenta de todas las viandas que nos pusieron por delante (a pesar de que algunas tenían curiosas texturas y extraños sabores)
  El paso por la Aduana de Nueva York también resultó especialmente sencillo e incluso la llegada a la oficina de alquiler de coches -con tren aéreo incluido- no supuso ninguna dificultad. Ya nos las prometíamos muy felices (eran apenas las tres y media de la tarde) cuando tras sacar el vale del alquiler del coche la muchacha del mostrador de "National" nos pide los permisos de conducir y una tarjeta de crédito. Conrado saca el suyo y Antonio se pone blanco como el papel
  -¡Ostras! ¡Me he dejado el carnet de conducir en casa!
  -¿Cómo? ¿que te has dejado el carnet?
  -¡Sí!, ¡Joder, lo tenía en el coche y lo he olvidado por completo!
  -Bueno, no importa. Doy el mío y tú das la tarjeta para realizar el pago.
  Os ahorramos las mil y una peripecias que tuvimos que superar para conseguir algo que parece tan sencillo ya que la empresa de alquiler de coches hizo lo posible y lo imposible para sacarnos más pasta de la inicialmente abonada. Se cruzaron faxes, llamadas, cabreos impresionantes, amenazas en inglés en español y arameo, insultos, miradas asesinas y otras lindezas irreproducibles en un foro elegante como éste.




  Lo único cierto es que tres horas después, a las seis de la tarde pudimos acercarnos finalmente a nuestro vehículo que resultó ser una Chrysler "Town & Country" espectacular con más botones y aperturas automáticas que un cohete de la NASA y con cambio automático. Ninguno de los dos ha conducido un vehículo de tales características antes, pero ante la certeza de que solo Conrado tiene el carnet es éste el que -aleccionado brevemente por el chaval del garaje- se pone manos al volante escondiendo la pierna izquierda convenientemente detrás de la derecha para evitar intentos devastadores de embragar el freno.
  Con las maletas y las mochilas en el interior, las sonrisa pintadas en la cara y un inmenso país por recorrer abriéndose ante nuestros ojos pusimos rumbo a Filadelfia a pasar nuestra primera noche y nuestro primer día en tierras yanquis, pero eso ya es otra historia...



C&A

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