sábado, 22 de octubre de 2011

En el Corazón de América

 En nuestro intento de ofreceos las vivencias de este gran viaje nos hemos topado con una difícil cuestión. La visita primero a Monument Valley y la siguiente al Gran Cañón del Colorado se nos presenta como un complejo problema debido a la intensidad y a la inmensidad de lo vivido.
  La aproximación a Monument Valley la realizamos a partir de un pequeño pueblo llamado Mexican Hat (sombrero mejicano) que recoge su nombre de una formación rocosa cercana. 



La carretera que lleva hasta el valle es una recta infinita en la que se adivinan al fondo las gigantescas rocas características del lugar. Son pocos los coches que pasan en esta época del año y podemos hacernos unas fotos en medio de la carretera.




  Cualquiera que haya visto un par de películas clásicas del Oeste podrá reconocer enseguida las caprichosas formas de estos mastodontes de piedra que son los restos de una antigua y gigantesca meseta que se hundió hace miles de años. 





  John Ford inmortalizó estos impresionantes paisajes en películas como "La Diligencia" o "Centauros del Desierto". Una de estas formaciones conocida como "Las tres hermanas" era la favorita del director y el punto óptimo para verlas es el denominado "John Ford's Point". 



  Un extensísimo recorrido con el coche nos llevó a lo largo de otras elevaciones de terreno menos reconocibles pero igualmente hermosas.











  Decidimos quedarnos a ver atardecer sobre el valle y la experiencia resultó especialmente gratificante. El silencio y la paz que se respiran en estas tierras -antaño ocupadas por los indios Navajo y que ellos consideraban místicas y sagradas- son sobrecogedores. Solo el suave soplo del viento al caer la tarde rompe un silencio tan ominoso que llega casi a doler. 


  La oscuridad comienza a extenderse valle abajo, lentamente como una marea oscura. La sombras se acercan a la roca más oriental, una de las más grandes, y empiezan a trepar por ella devorando la luz del sol centímetro a centímetro.



  En el silencioso territorio Navajo donde aún se perciben los ecos lejanos de su ancestrales Dioses, bajo la más hermosa de sus rocas aún esperas ver aparecer traqueteando en la distancia una diligencia polvorienta, con su cochero en el pescante fustigando desesperadamente a los caballos que la arrastran a galope tendido con los ojos desencajados por el terror; esperas ver aparecer detrás de ella a una tribu de pieles rojas disparando sus flechas y aullando al viento sus feroces gritos de guerra, agarrados a las crines de sus pequeños y veloces caballos indios.



  Pero nada de eso sucede y mientras el sol se oculta tras el horizonte los graznidos de unos cuervos rompen el silencio. Son enormes, negros y brillantes, pájaros de alquitrán que sobrevuelan nuestras cabezas y se pierden confundiéndose con la oscuridad que ya prácticamente lo domina todo.



  Dormimos en Flagstaff, una preciosa ciudad en medio de las montañas y al día siguiente hicimos un pequeño recorrido hacia el pueblo de Sedona siguiendo el cauce del Oak Creek Canyon.




 Una carretera sinuosa que desciende entre espectaculares bosques de coníferas, robles y castaños que revientan su colorido otoñal. Detrás de la floresta ya se adivinan elevaciones de piedra rojiza que nos dan pistas de lo que podremos encontrar en el Gran Cañón. 




  Visitamos el pueblo minero de Jerome y partimos hacia Tusayán donde llegamos ya de noche y con una temperatura cercana a los cero grados.
  Nuestro plan: Levantarnos a las seis menos cuarto, recorrer los cinco kilómetros que separan el pueblo del Gran Cañón del Colorado y prepararnos para recibir el nuevo día ante una de las más grandes maravillas de la naturaleza. La experiencia del Cañón es inenarrable. No creo que entre los tres viajeros juntos seamos capaces de plasmar en palabras la magnitud de lo allí vivido. Es inexplicable, faltan adjetivos para describir tanta belleza, tanta inmensidad. El Gran Cañón es algo de otro mundo. No se puede explicar a nadie que no lo haya visto con sus propios ojos. Ni las fotografías -débiles reflejos de la realidad-, ni los vídeos, ni nada de lo que os podamos contar harían honor a la verdad. 













  Como reza un cartel en uno de los miradores: "Ningún idioma puede describirlo completamente, ningún artista puede pintar la belleza, grandeza, inmensidad y sublimidad de la más maravillosa producción del gran arquitecto de la Naturaleza. El Gran cañón debe ser visto para ser apreciado" 
  Solo os diremos que nos sentamos en silencio en multitud de miradores, acercándonos a los riscos, a las paredes verticales, a los acantilados, a los farallones dejándonos llenar de la naturaleza en estado puro, tratando de retener en la retina estos momentos que seguro nos acompañarán durante el resto de nuestras vidas. Cada segundo que pasas contemplando sus paredes estratificadas es una nueva sorpresa, adivinar el sinuoso discurrir del río Colorado al fondo, descubrir un águila planeando sobre el valle, vislumbrar los rápidos que se deslizan entre los cañones interiores del propio Cañón. 





  Nos enamoramos del Cañón y el Cañón nos atrapó como seguro hace con todos los que tienen oportunidad de acercarse a contemplarlo. Hemos estado con él hasta el atardecer y hemos esperado a que el sol se pusiera para decirle adiós definitivamente. 




  Mientras nos acercábamos al coche, absolutamente extasiados, no pudimos dejar de girar la cabeza para darle un último y silencioso adiós. Algún día volveremos a vernos. Hasta pronto.

  C&A (+J)

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